Pedro Páramo - Juan Rulfo
No tengo un recuerdo nítido de la primera lectura que de joven realicé de “Pedro Páramo”, si bien si tengo consciencia del raro sabor que me dejó. Ahora tras tantos años, la vuelvo a leer y saboreo el rancio aroma que el tiempo ha depositado en las palabras del escritor mexicano Juan Rulfo (1918-1986), es un sabor antiguo, indescriptible y gozoso, un sabor agrio que se desplaza a cada átomo del cuerpo soliviantándolo y haciéndolo respirar de suspiros.
La novela publicada en 1955, es breve, de apenas 90 páginas, de una contundencia rayana en la solidez más absoluta, construida con la precisión de un relojero, deshilachada con la plasticidad de un artista, explosiva y rotunda en sus diálogos cortos y en las situaciones descritas con la templanza de un guerrero.
Sin duda, no salgo indemne de la lectura de esta obra maestra del siglo XX, una obra capital y de referencia en la literatura latinoamericana. La novela que inicialmente iba a titularse “Los murmullos”, es una obra que se inicia con unas palabras ya inmortales:
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”
Es Juan Preciado quien nos habla en primerísima persona y ya se dirige a nosotros desde las profundidades de Comala, un pueblo de fantasmas, un estado, una situación más que un sitio donde las almas vagan sin posibilidad de salir. Porque al tiempo de leer la novela, nos damos cuenta que los que le hablan a Juan Preciado están todos muertos.
Comala, nombre que Rulfo tomó de la palabra “comal” lugar en el que se calientan las tortillas y, por tanto cercano al fuego; Comala es la antesala del infierno, un lugar con la puerta abierta al Hades y cerrada al Paraíso, el limbo donde los fantasmas de vidas pasadas aprovechan la llegada de Juan Preciado para contar sus historias.
Los murmullos que se convertirán en susurros y que matarán a Juan Preciado, pues es muerto la única manera de estar en Comala:
“Es cierto,Dorotea-confesará- me mataron los murmullos”
Las historias se mezclaran con lirismo y violencia, de fatalismo y mitología. Los continuos lamentos y sollozos, retazos y piezas sueltas de antiguos moradores se desarrollaran ante nuestros ojos con la certidumbre de oir a los que vagan sin remedio, sin destino, sin fin.
La poética de Rulfo es realmente poderosa y nos envuelve con la fuerza mágica de las palabras, por ejemplo, veamos como describe una imagen:
“El agua que goteaba de las tejas hacía un agujero en la arena del patio. Sonaba: plas plas y luego otra vez plas, en mitad de una hoja de laurel que daba vueltas y rebotes metida en la hendidura de los ladrillos. Ya se había ido la tormenta. Ahora de vez en cuando la brisa sacudía las ramas del granado haciéndolas chorrear una lluvia espesa, estampando la tierra con gotas brillantes que luego se empañaban. Las gallinas, engarruñadas como si durmieran, sacudían de pronto sus alas y salían al patio, picoteando deprisa, atrapando las lombrices desenterradas por la lluvia. Al recorrerse las nubes, el sol sacaba a la luz a las piedras, irisaba todo de colores, se bebía el agua de la tierra, jugaba con el aire, dándole brillo a las hojas con que jugaba el aire”
Una imagen descrita con una inusitada fuerza poética, fuerza que luego emplea con la suavidad y la contundencia del trueno de la memoria para darnos a conocer las excentricidades, las íntimas torturas y los desprecios sobre los otros de su padre el cacique Pedro Páramo, la angustia por la muerte prematura de su hijo adolescente Miguel Páramo, actor de tropelías y abusos sexuales y el deceso de la única mujer de las cientos que tuvo y que amo verdaderamente, Susana San Juan.
Todos los personajes: doña Eduviges, Damiana Cisneros, Fulgor Sedano etc. hablan con los susurros a veces delirantes de los hechos que les marcaron en su relación con Pedro Páramo, con los gritos de desesperación de los muertos en vida y sin esperanza, son los ecos de la memoria de Comala, un sitio que es más un estado inerte, una geografía universal del dolor.
Con los aires de Kafka, Hamsun o Faulkner, como dice el escritor mexicano Jorge Volpi:
“Todo aquel que se atreve a leerla, como todo aquel que decide adentrarse en Comala, no sale indemne de la experiencia. Tras haberla leído, tras haberla escuchado, ahora nosotros también estamos contaminados con la muerte y ello, acaso, nos otorga una nueva vida”.